lunes, 9 de junio de 2014

Romeo & Julio - Acto III


ESCENA PRIMERA
Una sala en la casa de los Capuleto
(Entran el viejo Capuleto, su mujer y la Alcaldesa)


REPORTERO
Ya ha pasado una semana desde el homicidio del hijo del presidente y hoy el asesino fue sentenciado a cadena perpetua, ante los sollozos de su familia. Nadie hubiese sospechado que el seno de una hermandad tan conservadora y religiosa fuese el escenario de un escándalo tan escabroso. El presidente ha manifestado su profundo dolor y rechazo en contra de las causas de este horrendo crimen. La investigación policial ha determinado que los motivos detrás de este acto fue un riña de familias que ha durado décadas, la raíz de este conflicto es desconocido y continua en investigación. Pero en este crimen se ha determinado que sus diferentes formas de pensar, con respecto a la disidencia sexual, provocaron el asesinato. Un crimen de odio que se suma a la larga lista de esta ciudad gris.


Capuleto: Tan lamentables son los hechos que han sucedido, que no he podido hablar con mi hijo. Toma en cuenta el duro golpe que este representa para nuestra familia. Los comunicados de prensa y todas las habladurías, han dejado mis manos atadas. Y la sentencia de nuestro familiar Teobaldo no ha sido para peor.
Alcaldesa: Te comprendo Capuleto, para mí tampoco ha sido fácil, ver como una noble casa, se hunde con su primer escándalo y vaya forma. A pesar de todos los malos augurios vengo a entregarte una noticia, que espero brinde luz a tus oscuros días.
Capuleto: Sí son buenas noticias, no esperes más y relátanos las buenas nuevas.
Alcaldesa: Desde que mi hija regresó de la velada en vuestra casa, no ha dejado de insistir en ver nuevamente a tu hijo. Conoció su esplendor, carisma y está deseosa de formar con él un monumento de paz, ante tan adversas circunstancias.
Señora Capuleto: Devota eres, por intentar devolvernos la armonía a nuestros corazones. Mañana sabremos lo que piensa ¡Esta noche le agobia la tristeza!
Capuleto: Querida alcaldesa, me atrevo a darles mi bendición por su próximo matrimonio. Estoy seguro que él solo hará lo que le diga ¡Sobre esto no cabe duda alguna! (A señora Capuleto) Antes de irte a la cama, habla con el, que conozca el amor de mi hija Paris ¿Me oyes, mujer? Y que el miércoles próximo ¿pero qué día es hoy?
Alcaldesa: Domingo, señor.
Capuleto: ¿Domingo? Ya, ya. No puede ser el miércoles. Es demasiado pronto ¡Bien, el jueves se casará con esa bellísima dama! ¿Estará lista? ¿Te complace este apuro? Dos o tres amigos porque, comprenderás, es tan reciente el escandalo que perpetró estos muros, que pensarán mal de un gran festejo. Pero ¿tu estas de acuerdo con el jueves?
Alcaldesa: ¡Ay, señor, que mañana sea jueves!
Capuleto: ¡Será el jueves, entonces! ¡Y tú mujer, sube a ver a Julio y prepáralo para la fecha del matrimonio ¡Adiós, mi señora! ¡Es tan tarde que en un instante más será temprano! ¡Buenas noches!




ESCENA SEGUNDA
Jardín Capuleto
(Entran Romeo y Julio)


Romeo: Todo el odio que reside en las personas, eso que los hace detestar lo que aún no conocen ¿Por qué existe?
Julio: La existencia del odio radica en la posibilidad de error en el ser humano, porque es a través de nuestras faltas que herimos a los demás y ellos toman represalia, así generando una cadena de odio.
Romeo: Hablas con la razón y el corazón.
Julio: Me lo enseñaste tú, cambiando el horizonte de mis anhelos. No me había percatado de lo equivocado que estaba hasta que te conocí, ni la soledad en la que había enclaustrado a mi alma.
Romeo: Confiésame algo ¿Qué te hizo seguir mis pasos, la noche fatídica de tu primo?
Julio: El deseo de no perder nunca tu calor. Arde en mí la llama sagrada del amor y no quiero perder nunca al que logró encenderla. Pues escasamente en la vida logras una relación tan sincera. Tan solo quería decirte que te quería y darte un último abrazo que te durase hasta nuestro siguiente encuentro.
Romeo: Tierno Julio compárteme tus sueños ¿Qué quieres lograr?
Julio: ¿Mis sueños? Pues los mismos que los tuyos.
Romeo: ¿Y cuáles son esos?
Julio: Pues cuentamelos amor mío. Mis sueños, lo son tuyos también. Tu felicidad es mía también.
Romeo: Bueno, bueno. Comenzaré yo, mi más grande sueño es descubrir los secretos del amor, aprender a llevar su voz a los demás, seguir su camino y sendero: Amar y ser amado, un sueño que se vuelve realidad con cada día que paso junto a ti, una mezcla eterna de ensueño y realidad para mi vida ¿Qué más podría pedir un soñador como yo?
Julio: Tus palabras provocan que arda mi felicidad con mayor bravura. Es mi turno, mi más grande sueño es vivir en un mundo diferente, en donde los lazos del amor primen. Donde las personas no guarden sentimientos nocivos, en donde la humanidad no se rechace a sí misma como polaridades de un imán, que comprendan que en nuestros cimientos somos una sola unidad, todos, parte del mundo en el que nacimos. Un mundo que no tiemble al ver a dos hombres tomados de la mano, donde podamos vivir tranquilos, sin miedo a nada ni nadie.
Romeo: Ese mundo de paz lo tengo ya, al tenerte a mi lado, se fortalece en mi el acero del valor. Nada podrá detener la fuerza con la que mi corazón late por vivir.
Julio: Juntos, nuestro sueños se harán realidad, lo podemos construir con cada decisión, luchando por el bienestar del otro, sin olvidar el propio.
Romeo: ¿Crees que es necesario la violencia para obtener lo que queremos?
Julio: No, no es necesario ¿Necesitaste ser violento para poder obtener mi amor? ¿Necesitaste matar a mi primo para mantenernos unidos? Todo lo que es obtenido con violencia genera miedo, y si es así entonces lo único que genera es odio. Es el veneno ponzoñoso del amor, las acciones que nos llevan por el sendero de nuestras equivocaciones, que cultivan y hacen más daño a nuestro entorno.
Romeo: Es cierto ¿Qué habría pasado si cegado por mi ira hubiese clavado el puñal a tu primo?
Julio: Nunca lo sabremos, pero estoy seguro que nada bueno.
Romeo: ¿Cómo van las cosas en tu casa?
Julio: Mejor, aunque mis padres están destrozados, este ha sido un duro golpe para nuestra familia. Ha sido una penosa travesía para todos. Gracias por estar a mi lado.
Romeo: Descuida, por nada cambiaría el cuidar tus penas y sanar tu corazón de la desdicha que acarrea el derramamiento de sangre.
Señora Capuleto: (Desde adentro) Hijo mío ¿te levantaste ya?
Julio: ¡Es mi madre! Debes irte.
Romeo: Me despido de ti con un beso, que guarden tus labios nuestro encuentro furtivo, pues la noche dejó de ser oscura desde que tu cáliz descendió en mi cuerpo y desprendí mi descendencia por tus zonas adyacentes.
Julio: Adiós amor mío.
(Sale Romeo)
Señora Capuleto: ¿Qué te pasa Julio? Parece que el rubor ha invadido tus mejillas, no será que estás con fiebre.
Julio: No, estoy bien.
Señora Capuleto: ¡Hijo mío, temprano, el jueves próximo te esperará en el convento San Francisco, la joven y preciosa Paris. Ese día, se unirán en santo matrimonio y así devolverás la paz y la esperanza a nuestra casa.
Julio: ¡Ay, por San Francisco y por su Santa Iglesia, no puedo ser un feliz esposo! ¿ Por qué este apremio para casarme con alguien que hasta ahora no me ha hablado de amor? Quiero que digas a mi padre que no quiero casarme todavía.
Señora Capuleto: ¿Cómo osas ir en contra de los deseos de tu padre? Sabes cómo es él , y éste pondrá fin a tu negativa.
Julio: No me pueden obligar a hacer algo en contra de mis deseos.
Señora Capuleto: ¡Aquí viene! ¡Ve a decírselo tú mismo, verás como lo toma!
Capuleto: Julio ¿Qué es todo este griterío? Debería ser gozo lo que sus palabras enardecen y no la furia.
(A la señora Capuleto) Vamos, mujer ¿Le informaste de nuestra decisión?
Señora Capuleto: ¡La rechaza! ¡Por mí este bobo lo que debería hacer es desposarse con la tumba!
Capuleto: ¡Calma! ¡Quiero entender! ¿Cómo? ¿Lo ha rechazado? ¿No se siente orgulloso? ¿No comprende que aunque es indigna de ella, aquella dama aún quiere convencerlo de tomarlo como esposo?
Julio: ¡No me siento orgulloso! ¡Lo agradezco! ¡Pero nunca estaré orgulloso de lo que odio, pero hasta lo que odio lo agradezco, si el odio se desata por amor!
Capuleto: ¿Cómo? ¡Sofismas! "Orgulloso", "Agradezco", y "No Agradezco" y sin embargo "No estoy orgulloso" ¡Óyeme, jovencito, no me agradezcas agradecimientos pero prepara bien tu virilidad para que el jueves próximo con Paris te vayas a la iglesia de San Francisco, y si no vas, te llevaré a rastras! ¡Fuera de aquí, carroña con anemia! ¡Puto, fuera de aquí! ¡Cara de sebo!
Señora Capuleto: ¡Ay, qué vergüenza! ¿Qué? ¿Te has vuelto loco?
Julio: ¡Buen padre, te lo pido de rodillas, escucha una palabra, con paciencia!
Señora Capuleto: Dejémos que tenga una oportunidad de aplacar tu cólera.
Julio: Hay una razón para rechazar tu bendición en santo matrimonio, una razón que no traicionaré porque tanto su corazón es mío, como el mío suyo.
Capuleto: ¿Su corazón? ¿Ama tu corazón a otra que no es la de la bella Paris? ¡Pero haberlo dicho antes! Estoy seguro que la prudencia que te inculqué habrá sabido seleccionar a otra superior en linaje ¿Quién es mi futura yerna?
Julio: Superior en linaje, de eso que no quepa duda, pertenece a una de las familias más poderosas de Lima, una que solo podría ser comparada con la nuestra y diferenciada por poco.
Capuleto: Devuelves tranquilidad, habiendo dicho antes, mi paz recupera su semblante, pero dime ¿Quién es ésta noble dama?
Julio: Una dama, precisamente no es.
Capuleto: No me vendrás a decir que es una plebeya ¿Quién es la otra?
Julio: Otra precisamente no es.
Capuleto: ¿A otra no? ¿Qué acaso quieres confundirme con palabrería? ¡Suelta la lengua de una buena vez, que estoy pronto a tomar una decisión que estoy seguro perjudicará todo tu porvenir!
Julio: Aquél que ha robado mi corazón no es más que Romeo, de la casa Montesco.
Capuleto: ¿Romeo? ¿Montesco? ¿Qué clase de broma es esta? Una de muy mal gusto, seguro, está bien que no quieras casarte con Paris, pero engañarme no te dará frutos.
Julio: Mi educación ha sido tal, que no podría permitirme mentirle a quién es mi padre.
Capuleto: ¡Basta! ¡No escucharé más! ¡Que te ahorquen, puto, criatura desobediente, oye bien lo que te digo estarás, este jueves, en la iglesia o no me mirarás más a la cara! ¡No me contestes, no hables, no repliques! ¡Ya me comen las manos, mujer mía! ¡Nosotros que hasta hoy nos parecía bendición del Señor este hijo único ahora vemos que es uno es demasiado y es una maldición la que tengamos ¡Fuera de aquí, inmundo!
(Entra la nana)
Nana: ¡Que dios lo bendiga! ¡Mi señor, te equivocas al juzgarlo!
Capuleto: ¿Por qué, doña sapiencia? ¡Tu te callas! ¡Ándate con tus chismes a otro lado!
Nana: ¡Hablar no es pecado!
Capuleto: ¡Adiós entonces!
Nana: Interceder por quien uno ama, no es pecado.
Capuleto: ¡Adiós entonces!
Nana: ¿Una no puede hablar?
Capuleto: ¡Tonta, chismosa, déjame en paz, derrama tu elocuencia con tus comadres! ¡No es necesario aquí!
Señora Capuleto: ¡Te estás acalorando demasiado!
Capuleto: ¡Me vuelve loco, por la Santa Hostia, tarde, temprano, de noche, de día, viajando, en casa, solo, acompañado, mi único afán era verlo prosperamente casado y ahora que se le arregla el matrimonio con Paris, la hija de la alcaldesa, adinerada, hermosa, educada con nobleza, este increíble necio lo rechaza! ¡Vete a comer el pasto donde quieras, porque en mi casa no pondrás los pies! ¡No estoy bromeando, el jueves está cerca! ¡Piensa, con una mano sobre el pecho: si eres mi hijo te daré bendiciones y si no que te cuelguen, que te mueras de hambre y miseria en medio de la calle! ¿Oyes? ¿Jamás te reconoceré, nada de lo que tengo será tuyo! ¡Piénsalo bien, soy hombre de palabra!
Julio: ¡Jamás! No dejaré que tu ira aplaque el amor que nace en mi corazón, pues si me rechazas, impugnas lo que amo y si no puedes amarme así, entonces ya dejaste de ser mi padre. Si tengo que enfrentarte, irme de la casa, nunca verte más, con el dolor de mi corazón haré eso, porque no me dejas otro camino posible. Pues me han abierto los ojos y ahora soy feliz, no podrás arrancarme eso nunca.
Capuleto: ¡Te han abierto otra cosa, inmundo! Pero ¿de quién es la culpa? ¿Dijiste Romeo, el Montesco? ¡Esos malditos simpatizantes de maricones, son los culpables de este crimen, no serán cómplices de una mente homicida, pero el delito arde tanto como la sangre misma!
(A señora Capuleto) ¡Ven, iremos a darle una visita a Montesco y acabaremos con esto de una vez!
(A Nana) Mantenle aquí, que no nos siga, o la siguiente en mi lista serás tú.
(Sale Capuleto y Señora Capuleto)
Julio: ¡No! ¡Déjame ir!
Nana: Piensa un poco Julio, tu padre está encolerizado, no razona, no ayudarás en nada si le sigues los pasos. No temo su ira, pero si temo por tu seguridad. A pocas horas del amanecer, el rojo vuelve a teñir nuestras vidas.
Julio: ¡No! ¿Qué haré?
Nana: Yo conozco tu sufrimiento que ya sobrepasó mi entendimiento, si no hubiese sido tan curioso, otro sería el final de esta historia: te casarías y la vida seguiría intacta. Será mejor que el próximo jueves, sin remedio, te cases con Paris.
Julio: ¡No me hables de este matrimonio, si no me dices tú cómo impedirlo, si tu sabiduría no me ayuda, admite que mi decisión es sabia y mi vida terminaré. No tardes en hablar, quiero morir sino me salvas con lo que me digas.
Nana: Calma, hijo mío ¡Existe una esperanza! ¡Para una situación desesperada, una desesperada solución! Si la muerte está en tu puerta y no hay nada que pueda hacer para cambiarlo, has de luchar por el que amas, que aun respira, que crear en mi un dolor tal, que me lleve a la tumba.
Julio: ¡Antes de pedirle la mano a Paris, me dejaré caer del balcón! ¡Atravesaría los caminos plagados de ladrones, me metería en nidos de serpientes!
Nana: Ve, sigue los pasos de tu padre a su destino la casa Montesco. He aquí mi última bendición que te guíe en los momentos oscuros ¡Que dios te bendiga!
(Sale Julio)
Nana: Por favor, dios mío, dejo en tus manos la vida de mi borreguito, cuida su camino para que no se encuentre con la muerte prematura y protege a todos en esa casa, ahora maldita. Llévame a mi contigo si es que así lo deseas, pero no te lleves a Julito. Aplaca la ira del señor Capuleto, bendícelo con tu sabiduría para que pueda entender lo que su mente cerrada se niega a creer y que despierte en él, el amor incondicional por su hijo, como el primer día en que lo vió, cuando lo tuvo en brazos y se sintió eternamente bendecido por el regalo que le diste. Está en el ser humano, ser tentado por el demonio, pero intercede para que el infortunio no ceda ¡Por favor, dale alas a Julio para que acelere su paso! ¡Nunca te he pedido nada en toda mi vida con más fervor que el de ahora! ¡Sálvalos!




ESCENA TERCERA
Casa Montesco
(Entran Capuleto, Señora Capuleto, Montesco y Señora Montesco)


Montesco: ¿Quién osa irrumpir en la casa del poderoso Montesco?
Señora Capuleto: ¡No hagas una locura!
Señora Montesco: ¡Tiene un arma!
Capuleto: Yo, Capuleto. He venido a darle fin a esta riña de familias de una vez por todas.
Montesco: Tus actos no son de paz, tu sabes cuáles son las consecuencias de este crimen ¿No basta con la sangre derramada por uno de los tuyos?
Capuleto: Uno de los míos hizo derramar sangre, pero lo que tu habeís hecho es más bajo que ni los gusanos comerán de tus restos.
Montesco: Escucharé mis crímenes y defenderé mi causa.
Capuleto: Tu causa no es más que una vil enmarañada de mentiras.
(Entra Romeo)
¡Ah, y ahí está tu enviado, que corrompió a mi hijo!
Señora Montesco: ¡Romeo, atrás, tiene un arma!
Romeo: ¿A Julio? Yo no le hice nada que él no quisiera.
Capuleto: ¡Mientes! Yo sé que ustedes planearon esto, tú Montesco mandaste a tu hijo único a que corrompa al mío, y ponerlo en contra mía.
Montesco: Soy inocente de los cargos que me acusas ¿Acaso tienes alguna evidencia?
Capuleto: Las palabras de mi hijo han sido suficientes para darme cuenta de tu plan maquiavélico y animar mi cólera
Montesco: Romeo, exijo una explicación.
Romeo: Padre, me habría gustado explicar esta situación en otras circunstancias, pero el tiempo se ha hecho escaso. Mi corazón le pertenece al hijo único de tu enemigo Capuleto.
Montesco: ¿Qué acaso no sabes que es nuestro enemigo más grande? ¿Dónde metiste tu sanidad en pensamiento? ¡Lo sabes muy bien! Su ira ahora es el pago por tus acciones.
Romeo: Mis razones sólo las oculta el amor del que soy preso, nada más, no quise ofender y menos ocasionar problemas que amenazan con nuestras vidas.
Montesco: Pues debiste haber pensado eso mejor ¿Por qué no me lo consultaste?
Romeo: Temía que no lo aceptaras.
Señora Capuleto: Sin duda, una unión de nuestras familias es inconcebible.
Señora Montesco: Debo coincidir contigo. Romeo, no hay excusa para tus actos ¡Sabías bien la naturaleza de nuestro conflicto!
Montesco: No tengo problemas con tu orientación sexual, hijo mío, pero ¿Por qué un Capuleto?
Romeo: ¿Acaso el amor puede escoger a quién amar? He aprendido bien, y como hijo único tuyo, sé que no.
Capuleto: ¡Claro que sí! Familias, linajes enteros han sido escogidos por el amor que los padres profesaban a sus hijos, otorgándoles un futuro, una buena esposa, una familia, poder, riquezas ¿Qué amor más grande que ese puede haber?
Montesco: Ahí te equivocas Capuleto, tu casa ha estado siempre maldita, no porque carezca de amor, no dudo que sea ese sentir lo que te ha hecho venir hoy a mi casa. Pero el arreglar el matrimonio de su descendencia con el fin de mantener riquezas y poder, entiendo su propósito, pero eso no lo hace menos inhumano.
Capuleto: ¡Jamás podrás entenderlo! Nuestras familias son diferentes y de historias disonantes, no puedes compararlos.
Señora Montesco: Nosotros somos libres de escoger a quién amamos, nuestro corazón nos guía en este camino, único a cada persona ¿Quiénes somos nosotros para escoger por otro ser humano qué es mejor para él o ella? Como padres, solo somos guías.
Señora Capuleto: Yo soy feliz al lado de mi esposo, nuestras familias arreglaron nuestro matrimonio y no hemos tenido problemas más allá que el de cualquier pareja. Y estoy segura que todo mi linaje así lo fue.
Capuleto: Eso es muy cierto, pues no tengo que sustentarlo, si aquí con mi esposa, soy el vivo ejemplo de que dos personas pueden unirse por la selección de los más sabios y con experiencia, los siervos de Dios.
Montesco: Pues yo aquí soy el vivo ejemplo de que el amor puede ser otorgado por el destino y que la selección se da en la sabiduría única de Dios.
Señora Capuleto: ¿Ustedes creer en Dios? ¡Pero si ni siquiera siguen sus enseñanzas! No recuerdo haberlos visto en la iglesia, ni haber comulgado hace mucho, como Dios manda.
Señora Montesco: Hay cosas sobre Dios que no están escritas en los libros, la más grande enseñanza sobre Dios, es que es amor y como tal nosotros lo amamos, pero no podemos coincidir con todo lo que la religión dicta, porque percibimos que hay normas que se oponen a ese mismo sentido.
Romeo: Capuleto, yo he hablado con su hijo...
Capuleto: No solo eso habéis hecho eso con él, estoy seguro.
(Entra Julio)
Julio: ¡Padre! Yo puedo defenderme por mi mismo. Yo amo a este hombre, él me ha enseñado la verdadera naturaleza del amor, no rechazo nada de lo que me has enseñado, ni de lo que me has dado, pero entiendo que somos humanos y podemos equivocarnos. Por eso, por más fervor que tenemos hacia lo divino, nunca estaremos libres de culpa. Toda mi vida he querido complacer a Dios, amarle y respetarle, seguir sus pasos, incluso rechacé la posibilidad de sentir algo por un hombre solo porque supondría el final de mis días en el infierno que tanto tememos. Pero Dios es amor y sin duda, si Dios nos creó de esta manera, con sentimientos, con el deseo de amar y ser amado ¿por qué tendríamos que rechazar el amor? Estaríamos yendo en contra de Dios y es por esa razón que la iglesia se convierte en conspiradora del pecado de los amantes de su mismo sexo. Esta es mi prueba divina y no hay nada más que quiera que demostrarle a Dios cuánto lo amo.
Montesco: Capuleto, olvidemos lo sucedido esta noche. Ve a casa con tu hijo y conversen las cosas, con las palabras se aplaca la ira, con acciones aterradoras sólo crearás violencia y dolor. Tienes mi palabra que si te retiras ahora, no hablaremos de lo que sucedió esta noche. Confía en mi, aunque tu enemigo, soy hombre de palabra.
Señora Capuleto: Querido, escucha razón, te acompañé hasta aquí para evitar que cometas una locura, no ganarás nada de esta forma. Tu hijo, todos, te pedimos que aplaques tu ira, por haber tratado de defender tu honor, tienes aun mi respeto, y sí, tal vez, tengamos la culpa por no ser buenos padres, debemos reflexionar. Pero antes de todo, somos siervos de Dios y este accionar va en contra de todo lo que creemos. Si ambos luchamos por el amor, no hay tantas diferencias entre nosotros.
Capuleto: Lo siento tanto, perdóname Montesco por las acciones que hoy viste. Julio te amo, eres mi hijo único, no quiero que nada te pase. No entiendo por lo que estás pasando, me duele no poder ayudarte, y me duele más que pueda ser culpa mía que seas... así. Vuelve a casa, hablaremos con más calma, y solucionaremos esto. Montesco, me has demostrado una valía más grande que la que yo pude lograr esta noche, no hay familia en Lima, más poderosa que la tuya, tal vez no en riquezas, pero sí en el amor que tanto profesas. Ahora entiendo el conflicto de familias, y no soy más culpable por no haberme dado cuenta más temprano.
Montesco: Errar es humano, somos culpables ambos. Tal vez sea hora de una tregua. Creo que hemos debatido más en una noche, que todas nuestras generaciones pasadas, y no encuentro razón para que este conflicto siga inundando rencor entre nuestros hermanos, juntos reconstruiremos lo que los malos actos han corroído, mientras nos quede vida en estos cuerpos viejos podemos cambiar.
Capuleto: Hablaremos más tarde sobre esto, Montesco.
Montesco: Amigo mío.
Capuleto: Amigo mío.
(Salen Capuleto, Señora Capuleto, Montesco y Señora Montesco)



ESCENA CUARTA
Jardín Capuleto
(Entran Romeo y Julio)


Julio: Gracias, amor mío.
Romeo: ¿Por?
Julio: Darme el valor de enfrentar a mi padre.
Romeo: Son tuyas las acciones, mi corazón no se equivocó al escogerte.
Julio: ¿Que habría sido si es que no hubiese sido valiente, lo suficiente para detener a mi padre?
Romeo: No lo sé, pero si nuestro amor no te hubiese inspirado tal cambio y fuerza, tal vez habría indicado que no era para ser y habrías terminado casado con una mujer.
Julio: No es gracioso ¿ahora que le dirá mi padre a la alcaldesa?
Romeo: La verdad, nadie merece casarse con quién no ama.
Julio: Sí, aunque otra duda salta a mi razón.
Romeo: ¿Cuál amor mío? Tuyas son mis dudas.
Julio: ¿Por qué el amor puede terminarse?
Romeo: ¿Terminarse? Nunca se acaba.
Julio: ¿Y por qué muchas veces las parejas deciden terminar con los vínculos que una vez despertaron el más puro amor?
Romeo: Razones hay por montones, depende en cada cuestión, pero sé que si el verdadero amor es el que las une y los amantes se percatan de este hecho, pues defenderán la pasión a lo largo de su existencia. No solo la vida es una constante lucha, el amor de dos personas es una lucha por no errar y mantener viva una lava intensa que quede inmortalizada como el monte Vesubio a Pompeya.
Julio: ¿Y si alguna vez erramos?
Romeo: Errar no nos hace malas personas, solo seres humanos. Más, cuando una persona se aferra al vicio y deja de luchar; se genera una tendencia y se convierte en una persona enferma en dilemas del amor. Un tóxico que terminaría con la flama del buen sendero, y la convertiría en amargo y oscuro sentimiento.
Julio: Si alguna vez me equivoco ¿sabrás perdonarme?
Romeo: Tu esencia pura es la que mantienes ahora y la que te convierte en la luz de mis días, si alguna vez esta se corrompe, no me dejarás otra alternativa.
Julio: ¿Cómo puedo evitar llegar a tal punto de corrupción?
Romeo: Solo se sincero, cuéntame tus dilemas, narrame tus pensamientos y actos, por más dolorosos o placenteros que sean, yo seré la persona que te saque de lo oscuro, cargándote sobre mis alas, para que no toques fondo. Estoy seguro que puedo confiar en ti para que hagas lo mismo.
Julio: ¡Será nuestra gran aventura!
Romeo: La vida es una aventura, y es una bendición que te hayas cruzado en mi camino tan pronto. La recorreré junto a ti, y así, podré endulzar cada momento que viva con tu incandescente presencia. Gracias, por existir.
Julio: (Lo besa)

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