sábado, 31 de agosto de 2013

Romeo & Julio - Acto I


ESCENA PRIMERA
Lima, una plaza pública
(Entran Sanson y Gregorio)


Sanson: A fe mía, Gregorio, no seguiremos cargando insultos.
Gregorio: No. Porque no somos burros de carga.
Sanson: Quiero decirte: si nos enfurecen, les sacaremos la mierda.
Gregorio: Pero mientras vivas, tú seguirás siendo un cobarde.
Sanson: Si me buscan, me encontrarán.
Gregorio: Pero no te acalores tan fácilmente.
Sanson: Un marica me acalora.
Gregorio: Acalorarse es moverse. El valiente se queda en su sitio. Por eso, la verdad es que si te mueves, te escapas.
Sanson: Un cabro me dejará en mi sitio. Me arrimaré a la pared cuando me encuentre con cualquiera de esos enfermos.
Gregorio: Lo que demuestra que eres un pobre esclavo, porque el más débil es el que se arrima a la pared.
Sanson: ¡De veras! Por eso a las loquitas, que son frágiles cristales, hay que empujarlas contra el muro. Yo sacaré de la pared a esos maricones y a las machonas las arrimaré contra la pared.
Gregorio: La pelea es entre nuestros líderes y también entre nosotros los católicos.
Sanson: Es lo mismo. Quiero que me tomen por tirano. Cuando haya peleado con esos maricones, seré cruel con las invertidas. Les romperé las cabezas.
Gregorio: ¿Las cabezas de las chicas?
Sanson: Sí, las cabezas de las chicas o bien les romperé algo mejor. Tómalo como quieras.
Gregorio: Ellas lo tomarán como lo sientan.
Sanson: A mí me sentirán cuando me tengan encima. Ya se sabe que tengo bien puesto mi pedazo.
Gregorio: ¡Mira! Llegan dos de “esos”.
(Entran Abram y Baltazar, sirvientes de los Montesco)
Sanson: Pongamos la ley de nuestra parte. Que comiencen ellos.
Gregorio: Frunciré el entrecejo cuando me miren y que lo tomen como quieran.
Sanson: No. Soltaré un ruido delante de ellos. Esto es una ofensa. A ver si la soportan. Sauuuuu.
Abram: Señor, ¿ese sonido que emite es por nosotros?
Sanson: Señor, tan solo emito un ruido. Sauuu
Abram: Señor, ¿ese sonido que emite es por nosotros?
Sanson: (aparte a Gregorio) ¿Está la ley de nuestra parte si les digo que sí?
Gregorio: (Aparte a Sanson) No.
Sanson: No. señor, no emito sonido alguno por ustedes, señor. Pero emito un sonido, señor.
Gregorio: ¿Quiere pelea, señor?
Abram: ¿Pelea, señor? No, señor. Yo soy Abram, soy gay y sería incapaz de tal cosa.
Sanson: Claro, mariquitas tenían que ser.
Abram: Pero ¿qué cosas dices? ¿quieres que te rompa la cara?
Sanson: ¿Una loquita como tú y cuantos más? ¡Sodomita! (se bate)
(Entra Benvolia)
Benvolia: ¡Apártense, idiotas! (los separa) ¡No peleen! ¡No saben lo que hacen!
(Entra Teobaldo)
Teobaldo: ¿Una lesbiana abusando de católicos? Vuelve, Benvolia: ¡enfréntame, conocerás la ira de Dios!
Benvolia: Solo quiero paz, ayúdame a apartar a estos hombres.
Teobaldo: ¿Me crees tonto? ¿Peleas y hablas de paz? Yo odio esta palabra paz como al infierno, como a ti y a esos cabros de mierda ¡Ven, leka!
(Se baten. Entran varias personas de ambos bandos que se unen a la refriega. Entran ciudadanos)
Ciudadano: ¡Huyan, se están matando a golpes!
(Entra el viejo Capuleto, vestido en bata de casa, y la señora Capuleto)
Capuleto: ¿Qué ruido es éste? ¡Denme mi pistola!
Señora Capuleto: ¿Por qué pides la pistola? ¡Un palo! ¡Un palo!
Capuleto: Mi pistola, he dicho. ¡Llega el viejo Montesco y quiere provocarme!
(Entra el viejo Montesco y la señora de Montesco)
Montesco: ¡Maldito Capuleto! ¡No me tomes, apártate!
Señora Montesco: ¡No moverás un pie hacia el enemigo!
(Entra la Alcaldesa con policías)
Alcaldesa: ¡Enemigos de la paz, ciudadanos rebeldes! ¡Con sangre ciudadana han manchado las calles! ¿No oyen? Hombres no son, sino animales cuyo rencor quiere apagar su fuego con la sangre de vuestras propias venas. Dejen la riñas que solo traerán penurias y escuchen a su Alcaldesa. Estos pleitos, surgidos de insultos, tú viejo Capuleto, tú Montesco, tres veces han roto la tranquilidad de nuestras calles y han incitado a los vecinos de Lima a temer por sus vidas. Si otra vez nuestras calles perturban, serán arrestados por desacato. Por ahora, esto basta. Váyanse a casa todos. Tú Capuleto, seguirás conmigo. Montesco, por la tarde ven a verme a la Audiencia común en la Alcaldía y sabrás mi sentencia en este caso. Bajo cadena perpetua, una vez más repito: Nadie más en este sitio.
(Salen todos, menos Montesco, su mujer y Benvolia).
Montesco: ¿Quién volvió a despertar esta riña tan vieja? Sobrina ¿estabas cuando todo empezó?
Benvolia: Cuando llegué ya había comenzado la pelea. Cuando traté de separarlos, Teobaldo, el cruel, se lanzó encima mío, enceguecido por el dolor que lo atañe, entonces tuve que defenderme. Al poco rato, ambos bandos recibieron refuerzos y la cruda batalla enardeció hasta que la Alcaldesa vino a separarnos.
Señora Montesco: ¿Y dónde está Romeo? ¿Tú le has visto? ¡Qué alegría, no estuvo en esta riña!
Benvolia: Tía, una hora antes de que el sol saliese, una preocupación me llevó andando al oeste de Lima, en donde limita con el borde del mar. Allí encontré a Romeo, tan temprano. Corrí a verlo, pero al percatarse de mi presencia se escapó lejos de mi alcance, también debe de haber estado atravesando penas como las mías, que necesitaban de consuelo. Cansado, seguí con mis pensamientos y lo dejé huir.
Montesco: Muchos lo han visto en el amanecer, allí aumentando el rocío con sus lágrimas. Grande y sombría debe ser su pena si no tiene ninguno que lo ayude.
Benvolia: ¿Tú conoces la causa, noble tío?
Montesco: No la sé, ni por él puedo saberla.
(Entra Romeo a distancia)
Seré feliz si te confiesa todo.
Quédate, pues. Marchémonos, querida.
(Salen Montesco y señora de Montesco)
Benvolia: ¡Has madrugado, primo!
Romeo: ¿Es tan temprano?
Benvolia: Recién son las nueve.
Romeo: Largas me parecen las tristes horas ¿Era mi padre el que tan rápido partió de aquí?
Benvolia: Él era, pero, dime ¿qué tristeza hacen largas las horas de Romeo?
Romeo: El no tener lo que las haga cortas.
Benvolia: ¿Enamorado?
Romeo: No es eso...
Benvolia: ¿Entonces? No es saludable que un hombre de finura ande mostrandole al mundo su debilidad.
Romeo: Llorar no hace a un hombre débil, es valiente por mostrarse tal cual es.
Benvolia: ¡Ah! Bueno valiente Romeo ¿Me dirás lo que te sucede?
Romeo: Es complicado, no lo entenderías.
Benvolia: Soy toda oídos, no es que sea la primera vez que te socorro en uno de tus dilemas existenciales.
Romeo: El que pensaba amar, me corresponde, más su instinto y su baja pasión confabula contra el amor.
Benvolia: Ay, Romeo ¿Qué hace a tu amor tan único que no lo haga humano?
Romeo: Mis sentimientos son puros, sinceros y justos ¿Por qué el mundo plotea contra mí?
Benvolia: Si es así, el mundo sería el enemigo mismo de la humanidad ¿Y quién no aspira a amar y ser amado?
Romeo: Unos pocos.
Benvolia: Todos, el problema yace que muchos lo buscan dónde no lo hallarán nunca.
Romeo: Estoy cansado que en este mundo haya tanto vacío. Que los homosexuales vivan bajo la sombra de lo que pueden ser, viviendo en la ilusión que es encontrar el amor compartiendo la cama con quién acaban de conocer.
Benvolia: Sin duda una triste realidad.
Romeo: Me entristece pensar en mi alma gemela y no puedo evitar pensar que me será imposible encontrarla en toda esa oscuridad.
Benvolia: Ánimo, entonces deberías estar feliz.
Romeo: ¿Feliz?
Benvolia: Porque te será fácil distinguirlo entre la multitud, brillará como tú.
Romeo: ¿Como yo?
Benvolia: Romeo, tú brillas entre todos los demás por tu forma de ser. Los demás pueden darse cuenta de ello. La persona que está destinada para ti, pues tendrá ese mismo brillo particular.
Romeo: ¿Tu crees?
Benvolia: Estoy segura, descuida tu príncipe azul está ahí en alguna parte esperando el momento exacto para formar parte de tu vida.
Romeo: ¿Qué haría sin ti prima?
Benvolia: Nada (risas) Eres más capaz de lo que crees Romeo, estás destinado a grandes cosas, algún día lo verás con tus propios ojos.
Romeo: ¿Qué crees que es el amor?
Benvolia: ¿El amor? Pues un sentimiento que refleja que tanto queremos a las personas de nuestro entorno.
Romeo: El amor lo es todo. El amor nace de uno para sí mismo, sin amor propio, no existe el amor por los demás. Y con amor verdadero puedes realmente cambiar la vida de las personas, con la finalidad única de la felicidad común. Todos buscamos amor, pero carecemos de las herramientas para mantenerlo a lo largo del tiempo ¿Crees que el amor puede durar para siempre?
Benvolia: Supongo, no lo sé.
Romeo: Yo estoy seguro que sí, es solo que los seres humanos fallamos en descifrar su complejidad.
Benvolia: ¿Y tú lo has hecho?
Romeo: Soy muy joven aún, pero debe haber una forma.
Benvolia: Siempre he admirado tu alma soñadora. Espero que alcances tu sueño pequeño Romeo, habrás resuelto un problema que atormenta a la humanidad por décadas.
Romeo: Mi alma no cesará de atormentarse si no le encuentro respuesta.
(Sale Romeo)
Benvolia: Romeo debo enseñarte olvido.



ESCENA SEGUNDA
Alcaldía
(Entran Capuleto, la Alcaldesa y un sirviente)


Capuleto: Si como yo, Montesco está ligado a castigos iguales, no es difícil que vivamos en paz dos hombres viejos.
Alcaldesa: Ambos son igualmente prestigiosos y es triste esta querella tan antigua. Pero, señor, responde a mi pedido, mi querida hija Paris se encuentra en edad de merecer y nada me gustaría más que velar por su próspero futuro, por eso he recurrido a usted. Quiero formar una alianza entre nuestras familias.
Capuleto: Nada me complace más que oír esas palabras, mi querida alcaldesa. Sin embargo, le repito lo que antes le dijera: mi hijo no conoce aún el mundo, ni siquiera ha cumplido los veintidós años, que dos veranos más le den sosiego; aún no ha madurado como esposo.
Alcaldesa: Hombres felices hay que son más jóvenes.
Capuleto: Pero también se marchitaron pronto. La tierra se tragó mis esperanzas, sólo me queda él que resume todas las expectativas de mi legado. Pero, te propongo algo más sensato y de acuerdo con las normas de la galantería, que nuestra querida Paris use sus encantos: deja que conquiste su corazón. Cuando él se decida, habrá dado también mi consentimiento y nuestras familias se unirán por santo matrimonio.
Por antigua costumbre hay una fiesta en mi casa, esta noche, y he invitado a muchas de las gentes que más quiero y si tu hija viene aumentando el número, bienvenida, será la predilecta.
Verá mi pobre casa en esta noche habitada de estrellas terrenales que alumbrarán la oscuridad del cielo. El placer que los jóvenes alegres sienten llegando setiembre engalanado detrás de los talones del invierno que huye cojeando, y la delicia de verla entre muchachos encantadores, se sentirá bien esta noche, allí en mi casa. Que hable con todos. Que mire a todos y que le agrade el que más merece. Uno más entre tantos es mi hijo, a los ojos de todos en el número, por sus virtudes, uno solo. Vamos, sigamos juntos.
(dirigiéndose a un sirviente y dándole un papel)
Y tú, ándate por las calles de Lima, encuentra a las personas que aquí nombro y entregales éstas invitaciones.
(Salen Capuleto y Paris)




ESCENA TERCERA
Habitación en casa de los Capuleto
(Entran la señora Capuleto y la Nana)


Señora Capuleto: Nana, ¿dónde está mi hijo? ¡Ve a llamarlo!
Nana: ¡Por mi virginidad de los veinte años le juro que le dije que viniera! (Llamándolo) ¡Chinito! ¡Mi cordero! ¡Dios te guarde! ¿Dónde está mi muchacho? ¡Ven, Julio! (Entra Julio)
Julio: ¿Qué pasa? ¿Quién me llama?
Nana: Es tu madre.
Julio: Mamá, estoy aquí ¿Qué sucede?
Señora Capuleto: Se trata de... ¡Nana, ándate un rato! Debo hablarte en secreto ¡Nana vuelve! Lo he pensado mejor, debes oírnos. Ya sabes que mi hijo está en edad de darme nietos.
Nana: Ni una hora me equivocaría, es todo un hombre, aunque ante mis ojos siempre será mi borreguito.
Señora Capuleto: No llega a los veintidós.
Nana: Apostaría veintidós de mis dientes, aunque solo me van quedando cuatro, a que no cumple aún los veintidós. ¿Cuando cae San Francisco?
Señora Capuleto: Dentro de una quincena
Nana: Pues, pares o nones, entre todos los días de este año en esa víspera tendrá veintidós. Recuerdo una vez cuando estaba chiquito, ya había pasado Navidad, pero quería escribirle una carta al niño Jesús, así que le entregué papel y lápiz y allí escribió.


Niño Jesús, yo te saludo y te digo que no quiero ir al infierno, quiero estar contigo para amarte siempre y decirte por siempre que te amo. Chau. Julio.


Entonces yo guardé el papel y hasta ahora lo conservo. Tanto tiempo ha pasado desde que eras así de pequeñito, que parece mentira. Aún recuerdo cuando pasábamos por una iglesia y yo te decía que recites una plegaria.


Ángel de mi guarda, corre veloz al sagrario, visita de mi parte a Jesús y dile que lo amo.


Cada vez que pasábamos cerca a una iglesia yo la decía y tu la repetías. Entonces te la aprendiste ¡Verdad Julio! ¿Te acuerdas? Pero hubo una vez andaba yo tan distraída que no vi la iglesia y al ratito me dijo. Nana, nana, te olvidaste, no mandaste tu ángel a decirle a Jesús que lo amas. Y yo le dije: Ay hijito, es que estaba distraída, pero no te preocupes yo ya lo mandé.
Señora Capuleto: Ya es bastante, te ruego que te calles.
Nana: Sí, señora. No dejo de reírme porque eso me dijo. Fue tan tierno, un niño corrigiendo a un adulto, el ejemplo perfecto de que a veces los adultos debemos aprender de los más jóvenes.
Julio: Cállate, por favor, nana, te pido.
Nana: ¡Paciencia! ¡He terminado! ¡Que Dios te bendiga! Fuiste el más precioso que crié, y si te alcanzo a ver ya casado me harás feliz...
Señora Capuleto: Ese era mi tema, de matrimonio te quería hablar ¿Te sientes listo para casarte?
Julio: Es un honor que no he soñado aún.
Nana: ¿Un honor que no has soñado aún? Si yo no hubiera sido la única nana que tuviste pensaría que todo lo que sabes lo sacaste del pecho que te di.
Señora Capuleto: Piensa en tu matrimonio. Aquí en Lima más jóvenes que tú, caballeros de alcurnia, ya son padres, y si no me equivoco, por esta edad, en que aún eres soltero, yo ya era madre. Escúchame, es muy simple. Te pide por esposo la ambiciosa Paris.
Nana: ¡Y qué mujer! Mi muchacho, se parece que fuera el mundo, una mujer tan bonita que parece hecha de cera.
Señora Capuleto: No hay rosa en la primavera de Lima como ella.
Nana: ¡De verdad, es una rosa verdadera!
Señora Capuleto: ¿Qué dices tú? ¿Te gustará aquella dama? La verás esta noche en nuestra fiesta. ¡En el rostro de la gentil Paris lee como en un libro tu deleite escrito por la pluma del encanto! ¡Observa sus facciones armoniosas! Lo que en el bello libro queda oscuro hallado escrito al margen de sus ojos ¡Este libro de amor será perfecto si lo embellece una cubierta espléndida! El pez vive en el mar y por orgullo su belleza visible se ha escondido. Este libro bajo broche de oro extenderá su gloria a muchos ojos. Así tendrás tú todo lo que ella tiene y teniéndola a ella no disminuye lo que tuyo es.
Nana: ¿Disminuir? ¡Qué va! ¡Si los hombres engruesan, es por culpa de su buen diente!
Señora Capuleto: ¡Dímelo ahora! ¿Aceptarás a Paris?
Julio: ¡Voy a ver, porque viendo se conmueve el amor, pero el vuelo de mis ojos no irá más lejos de lo que dispones!
(Entra un sirviente)
Sirviente: ¡Ya llegaron los convidados! ¡La cena está servida! ¡Todos la reclaman! ¡Todos preguntan por el joven! ¡En la despensa echan maldiciones a la nana! Y todo anda revuelto. ¡Tengo que irme a servir! ¡Por favor, vayan pronto!
(Salen todos)



ESCENA CUATRO
Una calle
(Entran Romeo, Mercucio, Benvolia)


Romeo: ¿Diremos un discurso como excusa o entramos sin preámbulo ninguno?
Benvolia: Tendremos un grave problema si somos descubiertos. Tenemos que elaborar un plan si queremos mantenernos alejados de los problemas. (A Mercucio) ¿Cuál es el plan?
Mercucio: Los problemas me resbalan ¡Dejen que vengan a mí!
Benvolia: Ay, Mercucio no me digas que no tienes un plan. Cuando nos propusiste venir, dijiste que te harías cargo.
Mercucio: Nací con la suerte a mi favor, y aquella bella dama, mi amante fiel, nos acompañará esta noche.
Romeo: ¿A quién le está hablando?
Benvolia: Parece que a su bella dama imaginaria, la única que podría soportarlo más allá de una noche de pasión ¡Mercucio!
Mercucio: ¿Qué sucede?
Benvolia: Dime de una vez, como haremos, no planeo exponer a la casa Montesco a una riña entre familias peor que la de hoy en la mañana.
Mercucio: Una riña sin importancia os aseguro.
Benvolia: Tu no estuviste ahí, no sabes lo que pasó.
Mercucio: Sé que más allá de gritos y algunos rasguños no hubo mayor pérdida. No seas exagerada.
Benvolia: ¿Yo? ¿Exagerada? ¡Ah! Romeo ¿Puedes hacerle entrar en razón a este bribón?
Mercucio: ¿Bribón? No insultes mi linaje, que la belleza se empobrece con el uso de palabras sin fundamento.
Benvolia: Habernos hecho venir hasta aquí sin un plan, sabiendo el lío entre nuestras familias no es precisamente una buena acción, sabes en que podría terminar.
Mercucio: Les prometí abundante alcohol y serán abastecidos, les prometí amantes y los tendrán. Los espectáculos más diversos están por empezar y no lo pasaría sin mis amigos. Benvolia, mi padre es el presidente de la república, y fui invitado en su ausencia, yo puedo llevar a quién yo guste y nadie en esa casa podrá objetar lo contrario.
Benvolia: Ay, Mercucio un día de éstos no podrás safarte tan fácil.
Romeo: Chicos, se hace tarde, tan solo vamos ya.
Benvolia: Vaya y yo preocupándome por tu seguridad, bueno te hará bien distreaerte.
Romeo: ¿Distraerme? Así que eso era lo que planeabas ¿Crees que pueda olvidar lo que me entristece con una fiesta? ¡Ya has perdido la apuesta! ¡Vamos ya, tan solo quiero divertirme!
Benvolia: Está bien Romeo. Pero escúchame Mercucio, si algo le sucede a Romeo a causa de esta locura, te las verás conmigo.
Mercucio: Sí, mi señora. Damas primero.
(Salen Benvolia y Mercucio)
Romeo: No puedo evitar, sentir miedo. Mi corazón presiente un gran acontecimiento, tal vez sea la insolación provocada por la exagerada luna llena que invade, esta noche, el cielo estrellado. O tal vez sean los movimientos de la luna en su cambiante estación que alteran mi sentir, a raíz de mi zodiaco mutable. Una desgracia podría estar por acontecer, si eso sucediese las estrellas serían testigos: podría comenzar esta noche con la fiesta, un camino amargo que señale el fin que cierre mi pobre vida, aquella que guarda mi pecho. Un golpe vil me llevará a la muerte prematura. Pero a la vida no he de temerle, mi corazón no cesará de existir hasta que pruebe del caliz del amor y pueda descifrar sus secretos, que aquél que dirige mi destino conduzca la nave de mi suerte. ¡Una pequeña fiesta nunca mató a nadie!
(Sale)




ESCENA QUINTA
Salón en la casa de Capuleto
(Entran Capuleto, su esposa, Julio, Teobaldo y todos los invitados y enmascarados)


Romeo: (A un sirviente) ¿Quién es ese chico que enriquece con su preciosa mano a aquella dama? (Se supone Paris)
Sirviente: No sé, señor.
Romeo: ¡Oh, él enseña a brillar a las antorchas! ¡Su belleza parece suspendida de la mejilla de la noche como una alhaja en la oreja de un etíope -¡para gozarlo demasiado rico, para esta tierra demasiado bello!- ¡Un cisne blanco entre cornejas, entre sus compañeros resplandece! ¡Después del baile observaré su sitio y con mi mano rozaré su mano para que la bendiga su contacto! ¿Amó mi corazón hasta este instante? ¡Que lo nieguen mis ojos! ¡Hasta ahora nunca vi la belleza verdadera!
Teobaldo: ¡Un Montesco! ¿Que este infame se atreviera a venir? ¿A burlarse de nuestra solemne fiesta? ¡Por el nombre y el honor de mi familia no pecaré si aquí lo dejo muerto!
Capuleto: ¿Qué sucede, sobrino, qué te enoja?
Teobaldo: Aquél es un Montesco, un enemigo nuestro, un villano que ha llegado aquí.
Capuleto: ¿Quién?
Teobaldo: ¡Es el mismo Romeo, ese granuja!
Capuleto: Sobrino, déjalo tranquilo, me informaron de su llegada, entró como invitado de nuestro estimado presidente. Sin embargo, no me preocuparía pues se porta como un noble caballero. Digamos la verdad. A pesar de su opción sexual, se honra Lima con él, por su virtud y finura, puesto que no está dentro de sus ideales el conflicto entre familias que tanto nos consume. No por todo el dinero de Lima aquí en mi casa yo lo ofendería. No pienses más en él. Esta es mi voluntad ¡Si la respetas ponte de buen humor, fuera ese ceño! ¡Tu semblante no va con la fiesta!
Teobaldo: Mi semblante está bien para un canalla como él ¡Por mi parte, no lo acepto!
Capuleto: ¡Lo aceptarás, muchacho, te repito! ¡Vamos! ¿Quién es el amo de esta casa? ¿Tú o yo? ¡Caramba! ¿No lo aceptas tú? ¡Qué Dios me guarde! ¿Y quieres provocar entre mis invitados una riña? ¿Quieres armar la grande? ¿Tú lo harías?
Teobaldo: ¡Tío, es una vergüenza!
Capuleto: ¡Vamos! ¡Vamos! Que pendenciero eres ¿no es verdad? ¡Esta broma te puede costar cara! ¡Sé lo que digo, no me contraríes! ¡Y en qué ocasión! ¡Eres un arrogante! ¡Tranquílizate! ¿Conque es una vergüenza? ¡Te haré entrar en vereda!
(Volviéndose a los invitados) ¡Alegría,muchachos!
Teobaldo: ¡Mi paciencia y mi cólera se juntan! ¡Me voy! ¡Mas la presencia de este intruso parece dulce ahora, pero pronto va a convertirse en una amarga hiel! (Sale)
(Todos cantan y danzan, y surge de entre ellos el cantante. Todos se ríen y aplauden. Cae cortina.)
Romeo: (A Julio) Si yo profano con mi mano indigna este santuario, mi castigo es éste: ¡mis labios peregrinos se disponen a borrar el contacto con un beso!
Julio: ¡Injusto con tu mano, peregrino eres, porque ella se mostró devota! No olvides que los santos tienen manos y que se tocan una mano y otra y palma a palma en el sagrado beso de los romeros en la romería.
Romeo: ¿No tienen labios, santos y romeros?
Julio: ¡Sólo para rezar, ay, peregrino!
Romeo: ¡Entonces, dulce santo, que los labios hagan también lo que las manos hacen! ¡Ellos lo piden con el corazón, concédeles la gracia y así no desesperen de su fe!
Julio: ¡Los santos no se mueven, aunque otorguen!
Romeo: ¡Entonces no te muevas, que mis ruegos van a obtener la gracia que esperaban! ¡Ahora por la gracia de tus labios quedan mis labios libres de pecado!
(Lo besa)
Julio: ¡Ahora tu pecado está en mis labios!
Romeo: ¿Pecado en mis labios? ¡Qué culpa deliciosa me reprochas! ¡Tienes que devolverme mi pecado!
Julio: Besas por devoción...
(Entra la Nana)
Nana: Señor, vuestra madre quiere hablar con usted.
Romeo: (A la Nana) ¿Quién es su madre?
Nana: ¡Su madre es la señora de esta casa; buena, cuerda y virtuosa es mi señora! Yo amamanté a su hijo, a el que... le hablabas y le aseguro que la que se lo lleve tendrá un tesoro.
(Sale por el fondo)
Romeo: ¿Es un Capuleto? ¡Oh, qué alto precio pago! ¡Desde ahora soy deudor de mi vida a un enemigo!
Benvolia: ¡Fuera! ¡Vamos! ¡La fiesta ya se acaba!
Romeo: ¡Lo temía! ¡Más grande es mi desdicha!
(Salen todos, menos Julio y la Nana)
Julio: ¿Nana?
Nana: Has de saber que lo ocurrido hoy, no lo repetirán mis palabras, pues sé muy bien que si se descubriese, el infierno estallaría en esta casa de Dios.
Julio: Gracias por tu discreción nana, querida confidente. Pero aún no preciso entender lo que ha sucedido esta noche ¿Puedo preguntarte algo?
Nana: ¿Qué cosa puedo responder para que resuelvas tu confusión y olvidemos esta noche de pecado?
Julio: ¿Quién era el joven con quién...?
Nana: ¿De qué te serviría saberlo? Siendo tu confesora esta noche, que Dios me ampare, tu penitencia será olvidarlo.
Julio: Aunque quisiera, no podría, este evento me... llama a la reflexión, necesito comprender. Y si no lo resuelvo pronto, la duda se hará más grande con el pasar de los días.
Nana: Ese joven se llama Romeo y es un Montesco, es hijo único de tu enemigo.
Julio: ¡Ha nacido lo único que amo de lo único que odio! ¡Demasiado temprano te encontré sin conocerte y demasiado tarde te conozco! ¡Oh, sobrehumano amor que me hace amar al odiado enemigo!
Nana: (A Julio) ¿Qué hablabas, niño?

Julio: ¡Nada, es una rima que he aprendido ahora. Alguien me la enseñó mientras bailaba!

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