martes, 23 de julio de 2013

Je ne suis qu'un homme


Pero... ¿qué he hecho? La vida me vuelve a poner en una encrucijada, aunque esta vez mis vínculos no son los mismos. Ésta vez, estoy solo, y no tengo a quién traicionar más que a mi mismo.

Una caricia, un beso, manos ardientes que recorren planos desconocidos, son testigos de una nueva travesía que respira experiencia humana. Prueba fáctica que no somos dioses más que en el claustro de nuestros pensamientos.

¿Cómo poder confiar en las virtudes, si convivimos con nuestros defectos? Que en momentos de debilidad y cuando la carne apremia, perdemos el uso de la razón. Cuando nuestras emociones reaccionan ante la violenta penetración de nuestra ética y nos invade una melancólica gama que ensordece nuestras acciones.

Tal vez sea el instinto sin represión, un factor que había pasado de largo en la quimerica ecuación humana. Sin embargo, sería cruel satanizarlo como único culpable, dado que es un alimento de nuestros impulsos, producto de nuestras emociones.

Son vicios lo que nos genera tendencias, y éstos actúan de obstáculo permanente a nuestros deseos. Muchas veces nos aferramos a la infelicidad, y gestionamos nuestro propio fracaso. Lo primero es ser conscientes y luego, trabajar nuestras tendencias corrosivas, para fortalecer nuestro espíritu, logrando así cambiar positivamente.

La vida es una constante lucha contra el mundo por ser mejores, si queremos realmente algo no basta con desearlo, hay que enfrentar siempre los obstáculos y quemar hasta el último cartucho. Con la finalidad de poder compartir nuestro progreso evolutivo al resto de la humanidad, ahí yace la razón y felicidad del ser humano.

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